Jorge Pérez
Pedro Rosalino se unió al festejo en donde se reconoció la entrega de quienes han dado vida a melodías que se han vuelto parte de la historia musical de México
Un festejo lleno de simbolismo y camaradería se vivió en Oaxaca para conmemorar el Día del Compositor, un reconocimiento a la dedicación y pasión de aquellos que han dado vida a melodías que han resonado en el corazón de México y más allá.
En una emotiva jornada, los talentosos compositores ligados a la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM) y la Unión de Autores y Compositores Guelaguetza se congregaron para celebrar su legado musical. La majestuosidad de la Catedral fue testigo de una misa especial a las 12 horas, marcando el inicio de un día lleno de reconocimientos y camaradería.
La música, que ha sido su lenguaje común, resonó en la atmósfera sagrada mientras los artistas agradecían por sus trayectorias y el impacto de sus composiciones en la escena musical mexicana.
La Sociedad de Autores y Compositores de México SACM a través de su presidente, Martín Urieta, como vigilante de los derechos autorales, representados en Oaxaca por su delegado José Vásquez ha sido un pilar fundamental para estos creadores.
Posteriormente, en un cálido encuentro en un salón al oriente de la capital, estos virtuosos compartieron no solo el pan y la sal, sino también anécdotas, experiencias y el inmenso amor por la música que los ha unido a lo largo de los años.
Entre los agremiados, Pedro Rosalino Pérez Vicente, conocido como «El Bohemio de Zimatlán». El compositor nació en la Villa de Zimatlán de Álvarez, Oaxaca, un hombre cuya vida se tejió entre los campos de cultivo y las notas musicales, pasó de ser un campesino con un destino marcado por la adversidad a convertirse en un reconocido compositor y presidente de la Unión de Autores y Compositores Guelaguetza.
Pedro Rosalino experimentó las dificultades desde temprana edad, trabajando en los campos con su padre y enfrentando la pérdida parcial de la visión debido a un accidente. A pesar de los obstáculos, su madre lo envió a la ciudad de Oaxaca, cambiando su vida de labores rurales a una nueva perspectiva llena de oportunidades.
A los 10 años, ingresó al mundo de la sastrería, un oficio que le proporcionó estabilidad económica y una nueva dirección. Después de mudarse a la Ciudad de México, perfeccionó sus habilidades en reconocidas sastrerías, dejando atrás las limitaciones del campo.
En su travesía por la capital, Pedro Rosalino encontró su verdadera pasión: la música. Comenzó a componer canciones y a tocar la guitarra, llevando sus letras por diversos rincones de la ciudad. Su talento musical le abrió puertas para trabajar con destacados sastres y le brindó la oportunidad de colaborar con grandes artistas.
La historia de Pedro Rosalino Pérez Vicente se entrelaza con el México de los años 60 y 70, marcado por movimientos estudiantiles y efervescencia cultural. Sus composiciones se convirtieron en himnos de protesta, como la famosa canción «Ramiro y Gerardo», que resonó en Avándaro y en las barricadas de la época.
Su vida bohemia lo llevó a conocer a personajes emblemáticos, tanto del ámbito musical como del deporte, dejando una huella imborrable en su camino. Pedro Pérez Vicente no solo es un prolífico compositor, sino también un testigo de épocas cruciales en la historia de México.
Actualmente, la música de Pedro Rosalino se escucha en la República Mexicana, en Estados Unidos y en Guatemala.